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Lecciones aprendidas en proyectos de Key Account Planning
Disponer de una sistemática de Key Account Planning ayudará a la empresa a enfocar mejor el trabajo comercial en sus grandes cuentas y tendrá un impacto muy positivo sobre las ventas, la rentabilidad y la fidelización de sus clientes más valiosos.
La figura del Key Account Manager (KAM) se ha abierto camino en las empresas. No conozco ninguna compañía importante que no haya identificado sus principales clientes y no los haya puesto en manos de un cuerpo selecto de comerciales elegidos de entre los mejores profesionales del área comercial.
El KAM es más que un comercial. Ante todo, es un gestor cuya misión es movilizar los recursos de su empresa para ofrecer soluciones a las necesidades de su cliente. Siempre con un especial foco en la rentabilidad y en la consecución de resultados a largo plazo.
Como todo gestor, el KAM necesita una herramienta, el Key Account Plan, que le permita definir la estrategia y planificar las acciones necesarias para cumplir sus objetivos en el cliente.
Y aquí es donde aparecen los mayores problemas. Por nuestra rol de consultores vemos que pocos directores comerciales están satisfechos con la forma en la que sus KAMs están realizando la planificación de grandes cuentas. También hemos encontrado a gestores de grandes cuentas que han logrado tener éxito en esta materia. Y hemos aprendido algunas lecciones que enunciamos a continuación:
1) Es necesario formalizar el Plan. El proceso de pensamiento es más importante que el documento, pero la única forma de asegurar que el proceso se cumple es formalizar el plan por escrito. El gestor que dice que tiene «todo en la cabeza», raras veces demuestra un conocimiento profundo de su cliente. La formalización del plan obliga al gestor a pararse a pensar y a elevar su pensamiento superando el cortoplacismo al que le lleva la gestión cotidiana del cliente.
2) Lo más importante de Account Plan es…. el plan. En muchos Planes de Cuenta encontramos abundante información del cliente, muchísimos datos históricos, cuidadas previsiones de ventas y ambiciosos objetivos cuantitativos. Y raramente encontramos acciones concretas. Y las pocas veces que aparecen estas acciones, casi nunca aparecen calendarizadas y dotadas de recursos para su ejecución. Si queremos que los planes de cuenta sirvan para algo es necesario evitar la “parálisis por el análisis” y asegurarnos de que el plan sea realmente accionable.
3) Solo funciona lo que es sencillo. Un modelo de Account Plan excesivamente complejo, que obligue al KAM a tratar muchos datos y a escribir páginas y páginas de texto, está abocado al fracaso. Al contrario, cuando el modelo de Plan de Cuenta es sencillo y fácil de elaborar, las probabilidades de que se implante con éxito son mucho más altas. Cinco páginas tienen que ser más que suficientes para elaborar un buen plan. Y si pueden ser menos, mejor.
4) El Account Plan debe de ser un documento vivo. En muchas organizaciones se realizan Planes de Cuenta elaborados con esmero que, una vez arrancado el ejercicio económico, van a parar al fondo de un cajón y no vuelven a ser consultados hasta el siguiente año. Y es una pena, porque la verdadera utilidad de un plan está en servir de guía a la labor del KAM, que tendrá que actualizar la información e introducir nuevas acciones que aseguren el cumplimiento de los objetivos en el cliente.
5) Los planes de cuenta tienen que integrarse con las sistemáticas de dirección. A menudo vemos como los directivos comerciales realizan el seguimiento de sus KAMs utilizando sus propias herramientas y sin utilizar los planes de cuenta. Por contra, si queremos dotar de consistencia al modelo comercial la revisión y actualización de los planes de cuenta debe ocupar un papel central en los despachos y reuniones de seguimiento comercial.
6) Consistencia con el resto de las políticas corporativas. El objetivo del Account Plan es ayudar al KAM a desarrollar una estrategia a medio y largo plazo. Para que se consiga este objetivo el resto de políticas comerciales y de Recursos Humanos tienen que estar alineadas con esta filosofía. De nada servirá un Plan de Cuenta en una organización que establezca objetivos nuevos cada mes o que retribuya la gestión comercial exclusivamente por la consecución de objetivos a corto plazo.
7) El KAM no puede elaborar el Account Plan solo. Definir la estrategia en un cliente clave es algo demasiado importante para dejarlo en manos de una única persona. El KAM debe implicar al resto de la organización, e incluso al cliente, en la confección del plan de cuenta. De esta forma se asegurará de que las acciones planificadas son realistas y dispondrá de la los recursos necesarios para que su implantación sea un éxito.
8) Las habilidades del equipo son críticas para asegurar la implantación. A menudo la implantación de esta sistemática fracasa porque el equipo no dispone de algo tan básico como habilidades ofimáticas para tratar la información y rellenar las plantillas del plan. Del mismo modo hay que formar al equipo en habilidades de análisis y planificación y los Jefes de Venta tienen que estar entrenados en cómo realizar un adecuado seguimiento comercial.
Disponer de una sistemática de Key Account Planning ayudará a la empresa a enfocar mejor el trabajo comercial en sus grandes cuentas y tendrá un impacto muy positivo sobre las ventas, la rentabilidad y la fidelización de sus clientes más valiosos.
Su implantación no es una tarea fácil. Requiere de la esponsorización de la Dirección Comercial y de un trabajo concienzudo de análisis y diseño del modelo de actuación comercial de la empresa. Como cualquier programa de este calado, el desarrollo de las habilidades clave y la implicación del equipo comercial son factores clave para consolidar el cambio.
Hacer lo que queremos vs Amar aquello que hacemos
Hace poco leía una entrevista que hacían a una cotizada modelo; en ella contaba sus inicios en la profesión y cómo había llegado hasta donde estaba. Una de las cosas que decía es que, a diferencia de otras modelos, ella no hacía lo que quería, simplemente había aprendido a amar lo que hacía.
Me quedé con aquello, porque es un tema recurrente. Cuándo eres formador, coach o simplemente alguien que escucha a los demás, es frecuente oír eso de… “si no fuera porque tengo que pagar la hipoteca… a mí me iban a pillar…” o… “vamos que si mañana me prejubilan… yo tan contento…”.
Frases de este tipo dejan al descubierto algo realmente grave no tengo el control de mi vida.
Me sorprende cada día la gran cantidad de personas que admiten vivir una vida que no quieren, que no han elegido y en la que no se sienten felices, lo que conduce al sometimiento voluntario a situaciones no deseadas, al abandono a una existencia no querida.
¿Qué hay detrás de ese pensamiento?, ¿Para qué supurar tanto victimismo?
Hay una gran resistencia a cambiar el status quo, a no salir de nuestra zona de confort no querida en ocasiones, a no explorar otras posibilidades de vida.
“Si mañana fuera el último día de mi vida, ¿haría lo que voy a hacer? Este era el planteamiento que Steve Jobs compartía en una de sus intervenciones públicas donde narraba los pensamientos que tuvo las 24 horas posteriores a que le anunciaran que una grave enfermedad acabaría con su vida.
Este es un primer gran reto, Hacer lo que queremos. ¿Está al alcance de cualquiera?
Hace falta valentía, coraje para emprender otros caminos, para dejar la falsa comodidad en la que, a veces estamos instalados viviendo una existencia pesada. Hay que ser imperativo y no vivir en el condicional “si tuviera, si fuera”.
El segundo gran reto es Amar aquello que hacemos, porque aun haciendo lo que nos gusta, muchas, muchísimas veces tenemos en el trabajo, en las relaciones, en la vida situaciones que nos gustan menos. Solo lo haremos felices si somos conscientes de que eso forma parte del juego de la vida. Motivación y Valores, lo que me gusta hacer y aquello que hago porque lo debo hacer, porque es importante para mí. Para esto, hay que ser sobre todo honesto con uno mismo y generoso con los demás.
(Español) El síndrome del creador y la implantación de proyectos

Recientemente, hemos comenzado a colaborar con una empresa del Ibex en un proyecto de implantación de un sistema de evaluación del desempeño. Tenía especiales ganas de empezar a trabajar con esta empresa porque es un “gran expreso” de su sector con mucho potencial para Moebius, porque es una empresa muy innovadora con la que hay que estar y porque hace años trabajé para ellos en proyectos de los que aprendí mucho. Particularmente orgulloso me siento de un proyecto realizado en 2001, año en el que colaboré en el diseño de su Modelo de Gestión por Competencias. Fue un proyecto pionero en aquel entonces, sobretodo por lo bien que se integró en casi todas las políticas de formación y desarrollo.
Cuál fue mi decepción en la reunión de arranque del nuevo proyecto este año cuando vi que habían cambiado el modelo por completo. Está compañía está sumida en un cambio estratégico que requiere profesionales con nuevas competencias como: emprendimiento o mentalidad digital. Hasta ahí pude entenderlo, pero cuando profundizamos en las evidencias conductuales es cuando me percaté de que no quedaba ni rastro de mi trabajo. El nuevo enfoque era tremendamente sencillo, no tenía ninguno de los ricos matices del robusto modelo anterior. Ante mi sorpresa, un grupo de Millenials me miraba orgulloso diciendo cosas como “buscamos la omnicompresión”.
“Hipersimplificación” pensé. La prudencia no impidió que hiciese algún comentario poco constructivo sobre las dificultades que tendrían sus compañeros de formación para trabajar con información tan general.
La de veces que me había referido a aquel Modelo de Competencias, la de miles de personas evaluadas y formadas tomándolo como referencia. Sorprende el nivel de vinculación afectiva que uno siente con algo que ayuda a crear. Es comprensible y muy positivo por cierto, ¿no proviene de ahí la pasión?
Pero me equivoqué!
Si hubiese preguntado a mis clientes la facilidad que tenían los miles de mandos de su empresa en evaluar el desempeño de sus colaboradores o en pensar iniciativas de desarrollo de sus competencias, pero sobretodo, si me hubiese hecho a mí mismo la pregunta con la que comienzo el post, quizás hubiese entendido la necesidad de simplificar el modelo radicalmente.
Porque ¿qué es más importante: un modelo robusto que aporte variadísima información para definir nuevas iniciativas de desarrollo o que miles de personas que no saben nada de RRHH entiendan lo mejor posible la esencia de un nuevo Modelo de Competencias?
Que el amor por la obra no te ciegue, mantén claro el foco en el Cliente y recuerda que implantar cualquier iniciativa es tremendamente desafiante.
Venceréis, pero no convenceréis
Venceréis, pero no convenceréis. Citando a Unamuno a propósito de un proyecto de Gestión del Cambio.
Hace pocos días, estuvimos presentando junto con nuestro cliente, Director Comercial en este caso, un Modelo de Actuación para un área de negocio crítica en su organización.
El Modelo de Actuación que definimos tenía sentido desde la necesidad de trabajar de una forma más homogénea lo que había sido una gestión a la manera de cada uno, en territorios no tan diferentes y, además, proponíamos unos mínimos de actuación comunes no muy complejos sobre la base de un análisis preliminar para nada alocado y bastante realista. Vamos, que la lógica y el cambio no parecían, al menos respecto a otros proyectos, muy radicales, ni de implantación compleja.
La presentación a priori fue bien, el proyecto tenía sentido, realizamos una cuidada acción de comunicación y la sesión se planteó de forma abierta para recibir feed back y atender a cualquier cuestión respecto a los nuevos retos que el modelo planteaba a nivel procesos y herramientas de gestión.
Digo que, a priori fue bien, pues cual fue mi sorpresa cuando un participante, para más inri, jefe de equipo de varios de los allí presentes, en el café habitual del descanso me dijo. “Oye, a mí esto no me termina de gustar, me encorseta y, además, no sé hasta qué punto me va resultar negativo, puede afectar a mi motivación y hacer que no siga consiguiendo los buenos resultados que, estos años, mi equipo y yo hemos venido alcanzando, vosotros veréis…”. Ahí, me llevé el mensajito y, yo, como hombre recio, del norte (como Unamuno), intenté no inmutarme y me quedé tomando, más bien, haciendo que tomaba mi cafetito reparador…
Acabada la sesión, tuvimos nuestra habitual conversación de feed back informal “en caliente” con nuestro cliente, el Director Comercial, para compartir impresiones de la sesión. Sin pasar un minuto le dije: “Recuerdas aquella frase de Unamuno de “venceréis, pero no convenceréis”, bueno, pues con esa sensación me he quedado en el café. ¿Qué te parece?” le pregunté después de comentarle la “duda” que a uno de sus jefes de equipo le generaba implantar el modelo.
“Venceréis, pero no convenceréis” repitió el Director Comercial, “Qué buen ejemplo me has traído. Toca convencer amigo Valentín, no nos queda otra”.
Por poneros en situación, Unamuno, allá por el año 1936, pronunció en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, a propósito de un duro enfrentamiento verbal con el general de la legión José Millán Astray en el cierre de su discurso lo siguiente “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir”.
El Director Comercial, persona muy interesante (guardaremos su confidencialidad) se sonrío y, me dijo. “Amigo mío, efectivamente el ejemplo que me comentas de Unamuno nos viene con anillo al dedo. Este proyecto en el que nos encontramos es de convencer, de nada nos sirve vencer, así que no hay más remedio que utilizar todas las herramientas a nuestra disposición para escuchar las opiniones del equipo, implicarles en los ajustes que sean necesarios y definir un modelo de todos y para todos. La semana que viene quedamos y me cuentas que tipo de herramientas, por vuestra experiencia, podemos utilizar para seguir participando del proyecto a todo el equipo. Yo mientras tanto hablaré en privado con él (Unamuno en versión moderna) e intentaré conocer el motivo de su queja como primera acción de persuasión”.
Escuchando al Director Comercial, me dieron ganas de comentarle que se dejara de gaitas, que a vencer por el camino más corto, que el mundo comercial moderno implica corsés, que la gestión del cambio tiene esas cosas y que no debíamos ceder y demostrar fragilidad, que se hace camino al andar y que su jefe de equipo era una piedra en el camino…,
Esas fueron las primeras “ganas”, no obstante, ya más tranquilo, repensando las palabras de Unamuno, algo de “come come” se nos quedó. El jefe de equipo había expresado su “verdad”, quizá algo intencionada, pero habíamos tenido la suerte de conocer su testimonio directo. Podíamos pensar una cosa, o la contraria, pero lo que si era cierto es que no les habíamos convencido lo suficiente.
Por eso, aquí seguimos todo el equipo Moebius trabajando en nuestras lecciones aprendidas de este proyecto, inventariando herramientas para convencer (cuestionarios de grado de adecuación, trabajando en nuevos grupos de expertos, identificando apóstoles para la implantación, reforzando acciones de comunicación, trabajando en una matriz de quick wins…) y reformulando el Plan de Implantación para después del verano.
Desgraciadamente, en redes comerciales (y casi seguro en todos los ámbitos), no nos podemos permitir el lujo de perder la implicación de los miembros del equipo y, menos, si haberlo intentado lo suficiente. “Venceréis, pero no convenceréis…”, vaya con la frasecita.
¿Esclavos de la tecnología?
Son muchos los que aseguran que la tecnología ha mejorado nuestras vidas, ya no necesitamos esperar largas colas para hacer una operación en el banco, para comprar una entrada de un concierto o para visitar un museo (https://www.google.com/culturalinstitute/project/art-project?hl=es), todo está accesible a través de la red. Hemos ganado tiempo, ahora todo es más rápido, somos mucho más eficaces.
Hoy en día hay 6 mil millones de teléfonos móviles en el mundo, sobre una población de 7 mil millones. Mil millones de estos terminales son smartphones, por lo que el acceso a Internet y a todos sus recursos y contenidos es más sencillo que 5 años atrás.
Sin embargo, algunas personas se preguntan, ¿no estaremos demasiado conectados?, ¿no nos estaremos perdiendo la esencia de nuestras experiencias?
No es raro viajar a Roma e ir a la ver la Fontana de Trevi y ver a un 99% de los turistas haciendo fotos a la fontana con sus smartphones, utilizando sus palos de “selfie” para hacerse fotos con otras personas, si miras a tu alrededor son pocas las personas que contemplan el monumento, los que realmente viven un momento único y disfrutan realmente de ello, ¿cuántas veces miramos esas fotos cuando regresamos de nuestro viaje?, posiblemente se queden archivadas en nuestros discos duros, o quizás tengan la suerte de ser publicadas en una de nuestras redes sociales y tener una vida más longeva. Dentro de 2 años no recordaremos cómo es la Fontana de Trevi y ya no miraremos nuestras fotos, sin embargo, seguro que las personas que contemplaron la Fontana, no han olvidado esa imagen.
Cuando vas a un concierto la experiencia es similar, el número de tablets y smartphones grabando al grupo va en alza, en 10 años los smartphones han sustituido a los mecheros, ¿estamos de esa forma disfrutando de nuestra canción favorita?, ¿no nos estamos perdiendo la esencia de la experiencia?
Con las nuevas tecnologías en el ámbito laboral ocurre algo similar, estamos 100% conectados, algo ideal para generar nuevas oportunidades de negocio, para dar una respuesta ágil y eficaz a nuestros clientes y para ser mejores profesionales, ¿pero desconectamos realmente en algún momento?. Algunos piensan que somos esclavos de la tecnología.
Todas estas experiencias son extrapolables al ámbito de la formación, la tecnología lo ha llenado todo, la diversidad de recursos y de herramientas tecnológicas es enorme, y va en alza, todos sabemos lo que significa palabras que hace un par de años no eran tan comunes: LMS, foros, blogs, wikis, m-Learning, redes sociales, gamificación, u-learning,…
¿Debería tener un lugar tan importante la tecnología en el proceso formativo?, si nos centramos mucho en ella podemos perder de vista la pedagogía, algo que no debería ocurrir si queremos que nuestros alumnos aprendan y consigan sus objetivos de aprendizaje.
La tecnología no debería ser el fin, sino el medio para conseguir el objetivo definido en cada programa formativo. ¿Deberíamos dar la espalda a la tecnología?. Quizás debemos tomar lo bueno que nos ofrece, pero hacerlo a la inversa, definamos primero como son nuestros alumnos, que necesidades tienen y qué queremos que aprendan, y luego, busquemos los mejores recursos y herramientas para conseguirlo.
No hace falta tener un LMS en todos los proyectos, no hace falta tener una píldora e-learning en todos los programas, se trata de definir itinerarios formativos con cabeza, teniendo en cuenta la casuística de cada colectivo (ubicación geográfica, edad, perfil, necesidades formativas,…) y definir actividades que encajen con él.
No perdamos la esencia de nuestros programas formativos, no hagamos que la tecnología ciegue a nuestros alumnos y no disfruten del viaje que le ofrecemos. Hablemos con nuestros los Departamentos de Formación y nuestros alumnos, y luego definamos qué papel tendrá la tecnología en sus procesos de aprendizaje.
¿Tecnología?, si, mucha. ¿Esclavos de la tecnología?, no, gracias.
Ganas de hacer cosas, pero poca convicción

Ser consultor me obliga a entender los retos y objetivos de mis clientes para proponer iniciativas que les ayuden en su consecución. Y el entorno raro, raro… me está despistando.
Esta semana he tenido la oportunidad de asistir a una interesante ponencia del director de estudios de una importante entidad financiera. Le hablaba a un grupo de directores de banca de empresas para compartir con ellos reflexiones sobre el contexto en el que sus clientes tendrán que tomar decisiones y poder así asesorarles mejor.
En general, dibujó un panorama optimista en el que la economía española crecería este año alrededor del 3%. Sin embargo, fue prudente al analizar su evolución los próximos años. Cuando entró a diseccionar los motivos del crecimiento, comentó que una parte importante se debe a la confluencia de un conjunto de circunstancias favorables que no duraran eternamente (tipos de interés, de cambio, precio del petróleo etc.). De uno a dos puntos de ese crecimiento del 3%, se deben, en su opinión, a estas condiciones favorables que terminarán en algún momento indeterminado.
El resto viene determinado por el modelo productivo de nuestra economía, que sorprendentemente se recuperaba debido a la activación de muchas de las variables de siempre: inversión pública, consumo interno, el sector de la construcción…es decir, lo de siempre. El ponente concluyó diciendo que un modelo productivo no se cambia en un par de años, sino a largo plazo y empezando ya a trabajar en los aspectos de carácter estructural que lo permitan. Cosa que no parece que esté pasando. En resumen, parece que la economía va bien, pero no se sabe por cuánto tiempo y no parece que hayamos hecho los deberes para cambiar el modelo productivo. O sea, incertidumbre e inacción.
Durante la ponencia no pude dejar de pensar en varios de mis propios clientes: departamentos comerciales y de RRHH que intentan transformar sus organizaciones. Y de repente, entendí muchas cosas. Atendiendo a variables macroeconómicas, se comprende que haya una cierta prudencia que lleva a muchas empresas a no iniciar demasiados proyectos. Todos tenemos ganas de hacer cosas y un cierto sentido de urgencia de aprovechar el ciclo de recuperación que vivimos, pero nadie o casi nadie se fía del entorno.
Lo que se entiende menos es la falta de iniciativas para cambiar el “modelo productivo” y adaptarlo a los nuevos mercados. Si las empresas no aprovechan los momentos de incertidumbre que concitan deseo de cambio para transformarse, tienen muy difícil hacerlo nunca. Tomar decisiones de este tipo requiere una gran visión, valor de hacer lo que se debe hacer y voluntad de hacerlo. Yo lo primero lo veo por donde voy, lo segundo no lo he dudado nunca. Lo tercero debe ser lo que nos está fallando.
De cómo tener a la mitad de los Beatles en una clase y no darse cuenta
La anécdota la cuenta Ken Robinson a partir de sus conversaciones con Paul McCartney.
En los años 50 Paul McCartney asistió a un programa de música en una escuela de Artes Escénicas en Liverpool. A la pregunta de si alguien vio en él un talento especial para la música Paul respondió que no, nadie vio nada especial en él. En esa misma clase, haciendo el mismo programa de música había otro joven llamado George Harrison. Tampoco nadie vio ningún talento en él. Acabaron el programa y nadie se enteró de que habían pasado por allí.
En resumen, años antes de que los Beatles existieran, a finales de los 50, hubo un profesor de una escuela de artes escénicas en Liverpool que tuvo a la mitad del grupo en un curso y no vio nada especial en ellos. ¿Cómo medimos el éxito de un profesor?
Esta sencilla anécdota tiene gran cantidad de implicaciones en la expresión del talento.
Algunas hacen referencia a cómo observamos el talento en la enseñanza en una institución educativa o en la actividad profesional en las empresas. Porque el talento es algo profundo, que en sus fases iniciales, antes de encontrar un camino de realización, se manifiesta por pequeñas señales. El profesor de la escuela como el manager de una empresa pueden representar a quienes están orientados a su propia tarea sin observar las señales de energía, interés o facilidad natural en determinadas cosas que transmiten las personas. Ambos, el profesor y el manager, trabajan con talento humano y no con máquinas.
Otras implicaciones tienen que ver sobre las condiciones que requiere el talento para que se empiece a manifestar. Tuvieron que encontrarse pocos años después no ya dos, sino cuatro jóvenes de Liverpool, movidos por un interés propio y no impuesto por una escuela, que consistía en experimentar nuevos caminos desde la música rock and roll. En su camino encontraron un manager y un productor que les ayudaron a desarrollar su potencial.
¿Cómo podemos crear las condiciones para que el talento se muestre y no se pierda?. ¿Cómo podemos observarlo en las personas, estimularlo poniéndolos en contacto con nuevos entornos y personas, ayudar a generar un interés que “sople desde dentro”?. Esas son algunas de las preguntas que los profesores de los centros educativos y managers de las empresas no deben dejar de hacerse como parte fundamental de su trabajo y de su éxito.
El café ya no es para los que venden,es para los que “planifican” lo que van a vender y lo venden

Antes de entrar en harina formativa y con el ánimo de coger altura en los itinerarios formativos que dirigimos, no se nos ocurrió otra cosa que recuperar aquella famosa escena de Glengarry & Glen Ross (1992) en la que el señor Alec Baldwin asume la misión de recuperar a un equipo de ventas que andaba en un profunda cuesta abajo. Con la proyección de la escena, solo perseguíamos hacer ver a los participantes la importancia de trabajar la actitud (en este caso de forma muy desafortunada), y, además , demostrar la necesidad que tienen los mandos comerciales de aportar más cosas que sólo “arengas” al equipo de ventas.
En esos escasos 5 minutos que dura la más famosa de las reuniones de un equipo comercial que ha dado el cine, hay una frase que siempre recordaré. Aquella frase en la que Alec Baldwin le comenta a Jack Lemon que deje de tomar café y vuelva a su silla para atender a la reunión “usted, deje ese café ahí, el café es solo para los que venden…”.
En esa línea, y parafraseando a Alec Baldwin, yo añadiría que en la actualidad y en el futuro cercano “el café será para los que planifican primero y después venden en la línea de lo que planifican…”.
Pero, y si aceptamos esta nueva necesidad, ¿por qué nos cuesta tanto planificar?, ¿por qué, precisamente ante la presión de los objetivos a corto plazo no entendemos la necesidad de adelantarnos a él y trabajar de forma más preventiva?, a fin de cuentas, ¿no es la labor de un manager, en este caso comercial, el anticipar las dificultades que después vivirá su equipo comercial y establecer planes a priori?
En nuestra humilde opinión, muchas son las distorsiones que nos impiden planificar, no obstante, os adelantamos algunas soluciones que, fruto de nuestra experiencia en implantación, favorecen trabajar con mayor calidad y de forma anticipada.
1. Simplificar los procesos de planificación. Simplificar es algo sofisticado y, muchas organizaciones quieren hacer sofisticada la planificación complejizándola. Nada más equivocado! Propongamos horizontes de planificación a largo plazo no más allá de seis meses, utilicemos sencillas metodologías para el cálculo de previsiones , y, sobre todo, invirtamos tiempo en proponer herramientas de fácil uso para el Jefe y el equipo. La clave está en que todo el semestre pueda quedar reflejado en una hoja única hoja!
2. Planificar el largo plazo enfocándonos en garantizar la parte del objetivo al que no llegaremos. Planificar no significa proyectar todo lo que vamos a hacer en un periodo. Planificar significa identificar la brecha entre nuestra previsión (aquello que casi seguro conseguiremos) y nuestro objetivo. Planificar lo diferente, el extra time, el valor añadido, lo diferencial, eso es gestionar el largo plazo.
3. Desagregar los objetivos. Desagregar los objetivos tanto las personas que conforman el equipo como en periodos de ejecución más cortos. Esta actividad, en si misma, ya supone un ejercicio de esfuerzo tan potente que nos permite convertir un elefante grande en varios elefantes más pequeños…
4. Comprender la necesidad de conectar largo y corto plazo. En el largo plazo se establecen los gaps, se definen las grandes líneas y, es después, en el corto plazo, donde se deben definir las acciones concretas. La tendencia actual es superar el concepto de concreción a través de simples asignaciones de objetivos o de complejos desarrollos de tareas y subtareas, cambiando esa gestión, por la identificación de actividades anteriores qué, como managers, debemos garantizar para llegar al objetivo. ¿Actividad comercial?, ¿número de visitas?, ¿número de propuestas?, ¿número de interlocutores diferentes?,…
Definir que actividades son clave dentro del proceso de planificación a corto plazo, es una reflexión, qué, si os parece, dejaremos para otro post donde profundizaremos sobre tipología de objetivos y funnel comercial.
Los verdaderos motivos por los que los clientes dejan de comprar
“No sé a dónde vamos a llegar en este mercado. La competencia está tirando los precios. Están desesperados.”
El que así hablaba era el Director Comercial de una empresa industrial líder en su sector. Ingeniero industrial, MBA por una prestigiosa escuela de negocios y más de 20 años de experiencia en ventas. Aquél día estaba realmente indignado porque había perdido un concurso para la instalación de una línea de producción en una conocida empresa agroalimentaria. El pedido perdido ascendía a 6 millones de euros. La razón que le había dado el cliente para decidirse por otro competidor era que su oferta era un 40% más cara que la de la competencia.
“Con tal de ganar cuota de mercado no les importa perder dinero. Porque a esos precios es IMPOSIBLE ganar dinero. Nuestros productos son indiscutiblemente mejores que los de la competencia. Pero nuestros clientes son tan sumamente mediocres que no son capaces de apreciar nuestra calidad.”
La próxima vez que visitamos aquella empresa fue para ver a su sucesor, un directivo procedente de una empresa de gran consumo 15 años más joven que él. La razón por la que nos vimos con él fue la de encargarnos un estudio de satisfacción en sus 25 primeros clientes. Entre ellos estaba la empresa agroalimentaria que les había “traicionado”, yéndose con el competidor de bajo coste.
Cuando entrevistamos al Director Industrial de aquella empresa pudimos profundizar en las razones que le habían llevado a cambiar de proveedor. Efectivamente el nuevo proveedor les había vendido la maquinaria con un descuento sensible sobre el precio ofrecido por el líder del mercado. Pero no sólo les había vendido eso. También les había vendido un servicio de reingeniería de procesos fabriles por importe de varios millones de euros. Gracias a este proyecto habían reducido en un 7% los costes directos de fabricación. Y además, le habían contratado un servicio de mantenimiento y una garantía especial, que no le ofrecía el proveedor original. En su conjunto la facturación global con el nuevo proveedor era ligeramente superior a lo que le facturaba el antiguo.
Cuando le preguntamos el motivo del cambio, nos dijo que, efectivamente, la reducción del coste de la maquinaria fue un factor clave para sentarse a escuchar al nuevo proveedor. Pero lo que de verdad les llevo a tomar la decisión fue el conjunto de servicios de valor añadido que le ofrecía la nueva empresa.
Cuando le preguntamos por la calidad de los productos, nos dijo que reconocían la alta calidad del antiguo proveedor, pero había muchos aspectos en los que la nueva empresa se había sabido diferenciar. Llevaban años mejorando y ganando prestigio en el mercado. Las mejoras las habían realizado en los aspectos del producto que ellos consideraban más importantes.
Como razones adicionales del cambio nos hablaron de la orientación al cliente, la capacidad de escucha y la flexibilidad del equipo comercial y técnico del nuevo proveedor. En esto eran claramente superiores al antiguo que era tildado de lento, arrogante e inflexible. Incluso hicieron alguna referencia a que el anterior director comercial era un tipo algo engreído y de trato difícil. Inevitablemente, a mi cabeza vino su frase sobre la “mediocridad de sus compradores.”
Aprendimos más de aquella entrevista de todo lo habíamos aprendido en todos los años que llevábamos trabajando como consultores de ventas. Y es que lo que escuchamos de boca de aquel cliente “infiel” constituyen tres grandes verdades que hemos tenido la oportunidad de verificar en muchas otras ocasiones:
– Los clientes raramente se van sólo por precio. Si un cliente está satisfecho con nuestros servicios es muy raro que se siente a escuchar las ofertas de la competencia. Pero el cliente, cuando se va, suele decir que se va por precio. Es lo que menos le compromete. Y es lo más fácil de escuchar por los directivos de la empresa que han perdido el cliente. La culpa no es nuestra, la culpa es de los demás que han tirado los precios.
– La competencia no suele perder dinero cuando vende. Si no somos capaces de igualar los precios de nuestra competencia, lo más probable es que no estemos siendo eficientes. O que algunos aspectos clave del negocio se nos hayan escapado. En el caso que hemos visto, el nuevo competidor había desarrollado nuevos servicios y utilizaba el producto tradicional como gancho. Estoy seguro que en el cómputo global de la operación el nuevo competidor ganaba dinero. Pero es más fácil decirnos que perdemos por precio y que los demás están desesperados, que reconocer que hay aspectos del negocio que se nos están escapando.
– Muchas veces no somos tan buenos como pensamos. O somos muy buenos en aspectos que no valora el cliente y estamos descuidando sus verdaderas preocupaciones. Nuestros competidores no son tontos y los clientes siempre tienen la razón. Si el cliente no está dispuesto a pagar lo bueno que creemos que somos, será porque no somos tan buenos como creemos. La peor de las actitudes es la de pensar que el cliente es un mediocre que no sabe comprar.
Aquel joven director comercial obtuvo información muy valiosa del estudio que hicimos para él. Conoció de primera mano la voz de sus clientes. La información que el estudio le proporcionó le ayudó a cambiar la oferta de productos y servicios, a reestructurar su organización comercial y a implantar una nueva cultura de orientación al cliente que aún perdura en la empresa y que ha permitido que la organización continúe en una posición de liderazgo en el mercado.
Y es que, a menudo, tener la humildad y la valentía de preguntar a los clientes lo que opinan de nosotros tiene un impacto muy positivo sobre nuestro negocio.
Nunca más vimos al viejo director comercial.
Articulo publicado en «Equipos & Talento» en abril de 2015. http://www.equiposytalento.com/tribunas/moebius-consulting/los-verdaderos-motivos-por-los-que-los-clientes-dejan-de-comprar
La innovación para banca del presente futuro.La simplificación.
Simplificación. Para Steve Jobs, lo sencillo era la máxima sofisticación; lo sencillo era resultado de conquistar la complejidad y no de ignorarla. Después de visitar el Xerox Palo Alto Research Center y ver el mouse que tenía tres botones y costaba 300 dólares, Jobs le pidió a su equipo que diseñe un mouse de un botón y que cueste 15 dólares, así lo hicieron. Para diseñar el software del iPod, Jobs le pidió a su equipo que permitiera al usuario hacer cualquier cosa en no más de tres “clicks”. Para lograrlo, Jobs mismo sugirió eliminar el botón de on/off y dejar que el iPod se apague solo cuando se deje de usar. Esta opción había sido evaluada por su equipo, pero descartada bajo criterios de sentido común.
“Los consumidores no saben lo que quieren hasta que se lo mostramos”, dijo Jobs. Así queda claro que no estaba obsesionado con conocer la opinión de los consumidores de antemano, a través de encuestas o focus groups. Porque no es lo mismo preocuparse por lo que quieren los consumidores, que preguntarles constantemente qué es lo que quieren. Steve Jobs tenía la habilidad de enfocarse, acompañada del instinto de simplificar hasta llegar a la esencia de las cosas, para eliminar luego todos los componentes innecesarios. El primer folleto de Apple en ocasión del lanzamiento de la Apple II el 5 de mayo de 1978, decía: “la simplicidad es la mayor sofisticación”.
En la misma filosofía Henry Ford decía: “Si hubiera preguntado a los clientes que es lo que querían, me habrían dicho ‘¡Un caballo más rápido!’”
En el mundo de la banca la innovación tendría que pasar por trasladar estas filosofías aplicándolo a la teoría del Balance Scorecard (BSC, Kaplan y Norton, 1992), según la cual para conseguir unos buenos resultados es absolutamente imprescindible conectarlos con perspectivas tan elementales como los procesos, los clientes y el capital humano que intervienen en la obtención de los mismos.
En los últimos años la banca, un mundo extremadamente complejo en productos por su heterogeneidad, en clientes por su variedad, y en el capital humano por las distintas filosofías unidas en mismas entidades por las fusiones, ha tenido que dedicar los esfuerzos en encontrar el camino buscando procesos cada vez más eficientes y eficaces. Por tanto, se parte de que el eje fundamental y sobre el cual gira la organización es ese conjunto de personas o “stakeholders“ que busca un nivel de satisfacción y por eso lo ubicamos en el centro. Para poder atender dichas necesidades es necesario integrar de manera armónica y sistémica un conjunto de recursos y tecnologías, a los cuales los vamos a denominar “procesos”, de tal manera que en segundo lugar podemos observar que no importa el tamaño, ni la complejidad de una organización, todas ellas deben desarrollar de manera adecuada actividades que están relacionadas con los macro procesos organizacionales, a saber: transformación, logística, comercial, gestión del talento, contable y financiero.
La verdadera innovación por ello tiene que pasar por simplificar lo complejo, tarea complejamente simple.
Se debe, por ello, simplificar la relación con los clientes, no sólo desde el punto de la entidad sino sobre todo como nos perciben los clientes, potenciando la omnicanalidad. Se trata de poner al cliente en el centro de toda estrategia y por lo tanto escuchar de manera activa sus reclamaciones, necesidades y sobretodo sus propuestas. La relación con los clientes tiene que ir necesariamente unida de manera directa con los procesos, principalmente de creación de nuevos productos y adaptación de los existentes.
Simplificar los procesos comerciales, las sistemáticas, carterizando los clientes focalizando las necesidades de los mismos creando planes basados en estrategias de segmentación indexadas para conseguir planes individualizados de desarrollo de cada cliente, o como decía Steve Jobs dándole al consumidor algo que no tiene ni idea que necesitaba.
La innovación también pasa por el desarrollo formativo de las habilidades del capital humano y no sólo de la formación técnica. Reducir en las organizaciones los niveles verticales de desarrollo profesional potenciando este de manera horizontal con premios acorde con la complejidad y necesidad formativa de los trabajos desarrollados quizá sea el cambio organización más simple y la vez complejo en la filosofía de los departamentos de recursos humanos.
El cambio de visión hacia el miedo al fracaso. El miedo al fracaso es el muro más alto para el desarrollo del talento que debe ser el objetivo principal en la gestión del capital humano. “It´s never too late to be early” y “What could we have done if we had no fear of failure?” deberían ser los puntos de partida en la innovación de la formación con el desarrollo del talento como eje fundamental. El esfuerzo sin formación no genera valor.
Un capital humano con talento consigue organizaciones exitosas.






















