La La Lands que todos llevamos dentro
Fue el viernes. Sesión de última hora. Palomitas y muchas ganas de ver la peli que anda de boca en boca: “La La Land, la ciudad de las estrellas”. Sinceramente, me dan lo mismo las nominaciones, los premios, los record de taquilla y el rechazo visceral que algunos tienen a cualquier producto que venga de Hollywood… Me basta con lo que me hizo sentir.
Los primeros fotogramas de la peli me dejaron boquiabierta. ¡Qué arranque! Vibrante, eléctrico, vital, ¡qué ganas de levantarme de la silla! Y a partir de ahí, ojiplática, alternando “sonrisas y lágrimas” y pura melancolía. ¡Qué deleite para los sentidos! Esos planos secuencia, los colores, la música, la luz, sus interpretaciones,… ¡todo!
He leído después algún comentario en las redes que, con gracia, retitula el film por un “Bla bla bla” con el argumento de que la historia es insulsa y simple como pocas. Para los que no la hayan visto y, sin destripar nada más, La La Land es la típica historia donde chico conoce a chica, se enamoran y la ambición por llegar a la cima de sus carreras artísticas pone en riesgo su relación. Pues sí, quizás no sea la aventura peliculera que podemos haber visto en otras ocasiones donde ocurre lo inimaginable pero, precisamente por eso, es por lo que creo que La La Land me ha gustado tanto.
Para mí se trata de una historia común envuelta en papel de regalo con la que creo que millones de personas pueden empatizar porque no necesitamos que ocurra nada extraordinario en nuestras vidas para que tengamos que elegir y, al mismo tiempo, renunciar.

Fotograma de la película: Fuente: http://www.elconfidencial.com/
Todos decidimos qué rumbo queremos poner a nuestras vidas, incluso cuando la suerte se pone del todo en contra y nos enfrenta a situaciones verdaderamente difíciles. Elegimos a nuestra pareja, elegimos tener o no familia, a qué me quiero dedicar, qué tipo de jefe quiero ser, cómo me relaciono con los demás, ¡siempre eligiendo!
Así que, dicho esto, me animo a compartir con vosotros un par de reflexiones sobre este tema.
Primero. Elegimos en todo momento
Como seres adultos libres que somos vivimos siempre decidiendo. Incluso cuando no elegimos estamos tomando una elección: “elegimos la opción de no elegir”. Lo importante es tomar consciencia de que esa opción es tu opción. O dicho de otras palabras, ser consciente de la voluntad que adopto es condición necesaria para asumir la responsabilidad de mis decisiones y, en consecuencia, de las acciones que llevo a cabo. De lo contrario, corro el grave riesgo de dejarme llevar por la corriente encontrando excusas miles que servirán de argumento para justificar que no podría haber sido de otra manera. “Yo soy así”, “la suerte está echada”, “no quedaba más remedio”, “esto son lentejas”, etc.
Segundo. Renunciar es avanzar
Qué tendencia terrible tenemos a fustigarnos. ¿Y si no me hubiera ido a vivir fuera? ¿Y si hubiera escogido la oferta A en vez de la oferta B? ¿Y si no me hubiera cerrado a esa promoción?
¿De qué nos sirve? No es que esté mal echar la vista atrás, es un ejercicio sano pero el tiempo, ese ineludible invento humano, ya no puede echarse atrás. De manera que tampoco invirtamos demasiada energía en esto. Cuando tomamos una decisión, sabemos que dejamos otras opciones al margen; pero pienso que son parte del proceso de aprendizaje al que nos expone la vida. Son la manera de avanzar. Y no digo que sea fácil. Seguro que todos hemos sentido alguna vez que mientras dilatamos la decisión, esperando a que se resuelva de alguna manera, todas las opciones parecen existir a la vez. Y entonces, ¿cómo distingo?
Creo que existe una alta probabilidad de acierto si esa opción que finalmente elegimos nos conduce a una decisión basada en lo que realmente nos importa. Una decisión en consonancia con lo que nos mueve por dentro, alineada con mis verdaderos intereses y mis motivaciones más profundas. Tenemos demasiada tendencia a focalizarnos en la lista racional y práctica de pros y contras pero dedicamos poco tiempo y atención a otras señales, como la intuición, dejando que los sesgos cognitivos tomen el control. Daniel Goleman lo denominó “saber directo” o “confiar en los instintos propios” después de probar en un estudio que las decisiones que se tomaban bajo este criterio daban mejores resultados.
De manera que, trabaja la consciencia de tu toma de decisiones y ábrete a otras posibilidades fuera del escenario natural donde todo está sucediendo. No todo son dilemas de opciones binarias ni alternativas cerradas propias de esa situación. ¡Mente abierta y valentía para orientarse a la acción!
En fin, creo que tuve suerte. La La Land me emocionó y me dio que pensar.
Y, si de camino al trabajo, en plena A6, os encontráis a alguien bailando desaforadamente brincando de carril en carril, paciencia, ¡no digo que no pueda ser yo!
Visitad las salas. Creo que me entenderéis…


